miércoles, 22 de noviembre de 2023

 20 años atras empecé a escribir aquí. Such a strange thing.

Recuerdo que mi necesidad de escribir partía de la desinvidualización de la maternidad.

Quería volver a ser yo.

...todo lo que ha pasado en estos años. Me exilié, me alejé de la frontera (pero la frontera, como siempre, no sale de una).

Creo que estuve en la cárcel, o en una especie de cárcel.

Tuve que hablar mucho y sentir mucho para poder entender lo que pasó.

Viví en Berkeley muchos años, ahora estoy en otro lado. Todos los días atravieso Stanford, y al pasar a mi clase a la altura de un jardín de pinos oigo los tours; hablan de Leland y Jane Stanford, de la muerte de su hijo en cuya memoria fundaron la universidad, diciendo que a partir de que perdieron a Leeland Stanford jr. los hijos de California serían sus hijos.

Las aspirantes a estudiantes que visitan los tours llevan bolsos de lujo, los cuento, leo las marcas: Chanel, Prada, Hermes, hago cálculos de millares, imagino historias; la bolsa de lujo es un acontecimiento aspiracional. Yo llevo una mochila negra sin marca que he usado unos cinco años al menos y me gusta porque no pesa. 

Ahora que estoy a punto de salir de la cárcel, estoy escribiendo mi salvoconducto. 

Es una carta de amor.

(¿le conté que ahora tengo una cicatriz en froma de rayo en la mano derecha?)

(aunque también podría ser una virgulilla) 

miércoles, 18 de marzo de 2020

Hoy salía de la cuarentena. Catorce días guardados meticulosamente, cuidando al prójimo como si estuviera enferma. Al día trece se declaró la cuarentena en la región. Creí que podría salir un poco, hacer cosas fuera, pero aquí seguimos.

Cada día se ha sentido como una semana, pasan demasiadas cosas. Hoy ya el ritmo se ha aminorado.

lunes, 16 de marzo de 2020

Ya está en casa, volvió de Corea hace 11 días. Los mismos que hemos guardado en casi total aislamiento.

Ayer que revisé la alacena me di cuenta que mi fatalismo ha servido de algo. Siempre he esperado el terremoto, así que hay suficiente comida de guerra: pastas, granos, latas. un poco de harina. Cosas así.

Ayer  Ninis me cuestionó por tener cinco clases de sal. ¿Para qué quieres sal de lavanda, madre mía?

Me preocupa mi madre.

Mi regalo de cumpleaños había sido un viaje a Nueva York, hoy cancelado.

Los acontecimientos de los días se sobrevienen y se me acumulan. Encima hay una huelga que empieza mañana.

He decidido ver a mis estudiantes cara a cara por video conferencia y preguntarles como están. ¿Qué están sintiendo? ¿Que decisiones han tomado? ¿Están  de vuelta en casa de sus padres? ¿Están solos?

Cancelaré el midterm, por ahora, y les pediré que me escriban algo: un poema, un cuento, una reflexión, algo que haga que les vuelva el alma al cuerpo.

Hace mucho tiempoo que no perdía el sueño.




martes, 18 de febrero de 2020

Ahora nos comunicamos en las noches y las mañanas, muy temprano, antes de las siete. Me lleva diesiete horas de ventaja, ella siempre ha vivido en el futuro. Eso me encanta.

Esta mañana conversamos sobre su tristeza al entender lo que significa comer "Army Stew". En Corea hay una sopa que así se llama. A su novio le parece apetitosa y ayer, que es mi hoy (no me pregunte usted por el tiempo, es un tema complicado), salieron a cenar Army stew y hablaron sobre guerras, hambre, el desperdicio de las raciones dejadas por ejercitos imperiales transpacíficos, las innovaciones culinarias que llegan con la guerra. Comió con tristeza.

Me habló sobre eso y comparó esa situación con la nuestra. Su punto de vista era que los mexicanos tenemos una tradición culinaria ancestral que no ha cambiado en siglos, y ahí va la madre a cuestionarle su certeza: ¿y los bolillos chilangos? ¿los birotes tapatíos? ¿las tortas ahogadas, de qué vienen? ¿las tortillas de harina, no hablan de algo? ¿por qué existen los chilaquiles y las enchiladas? ¿por qué hay culturas donde se usa tanto el picante y las hierbas? (aquí hablamos de culturas como la india, coreana, china, mexicana) hablamos de quesos franceses agusanados, de verduras fermentadas y encurtidas, de salud y enfermedad, de mezclas culinarias coloniales, de guerra, de trabajo, de necesidad y creatividad, pero sobre todo hablamos de hambre.

Y luego se fue a dormir. Le dije "buenas noches" como todas las mañanas. Luego busqué qué demonios significa tener a saturno retrógrado en la carta natal.

jueves, 31 de mayo de 2018

El fin de semana pasado fui a visitar el fin de la tierra. Hacía calor. Compartí bote con unos paisanos de Arizona que bebían tequila comunal de una esfera-corcho-caballito. Pude constatar a pulso y terror el cambio de vaivén entre el Pacífico y el Golfo. También atemperé el cuerpo entre las corrientes de dos mares distintos. Fue hermoso.

domingo, 11 de junio de 2017

 A veces extraño un poco a la vendedora de habanos que fui, a la profe, a la malabarista. También extraño mis plantas que a pesar de haber crecido en tierra de escombro, entre yeso y jeringas, agarraron fuerza y crecían a lo loco.

No extraño las fiestas de los vecinos, pero sí el ruido de la llantera y  el tronido de los pasos de caballos en el pavimento. Tampoco extraño mi casa, ni el caracol más peligroso del noroeste.

Debe saber usted que mientras escribí por aquí, pasaron cosas horribles de las que no pude decir nada. La vida bajó de precio. Violencia siempre hubo, pero era algo mucho más íntimo: pasiones, navajazos, puños, a veces aparecía un bat, pero siempre por cuestiones de cuerpo, mirada, lengua y oído. Todo eso se acabó o se hizo invisible. El cristal lo jodió todo en una década. Yo recuerdo cuando apareció a inicios de los '90 al mismo tiempo que empezaron a brotar las cadenas de fastfood y los Oxxos. Luego vino la heroína y de ahí los centros de rehabilitación. Le siguió la guerra. Ahí se acabó el pueblo, se acabó todo y nadie se dio cuenta.


martes, 1 de noviembre de 2016

Acabo de descubrir el fuego.

Ahora sé que para alcanzar la paz es necesario hacer un pequeño incendio todos los días, es igual de necesario que un baño.

Calor. quemar. humo.

La locura y todos esos humores que sueltan los cuerpos en tensión se sosiegan con un poco de lumbre. Ahora entiendo porqué en mis peores días buscaba la cocina. No me interesaba la comida, sino la estufa, la flama me tranquilizaba.

El día de hoy tengo algo especial para usted, un consejo: prenda una velita, una varita de incienso, un cigarro. haga su fogata con lo que le alcance, verá cómo es cierto.



martes, 15 de diciembre de 2015


El Zócalo no discrimina y por eso, se le adjudica la calidad de cementerio simbólico adonde acuden las multitudes cuando sienten cercano su fin. (No se duda: sólo las muchedumbres mueren realmente solas). 

Lo dijo Monsi

lunes, 23 de noviembre de 2015

La casa de mis padres tuvo rejas desde que después de una noche de tormenta mi madre al despertar encontró las huellas lodosas de un hombre que entró a pasar la noche en la recámara que compartiamos mi hermano y yo. Esa noche por miedo a lluvia y relámpagos mi hermano y yo habíamos dormido con ella.

A veces pienso que los herreros de mi pueblo se promovían forzando puertas y abriendo ventanas en los momentos menos esperados para demostrar la utilidad y urgencia de su producto.

En mi colonia toda casa se defendía a reja maciza. Las casas sin rejas eran pobres, tristes, casi siempre trailas desvieladas o cuartos de triplay con lámina sin nada que valiera el trabajo de entrar por una ventana o encontrar la combinación de un candado.

Ahora sólo veo rejas si paso por Oakland. Aquí veo guajolotes callejeros, venados suburbanos y gansos que atraviesan el aire frente a mi ventana de tercer piso.

El silencio absoluto me ha hecho descubrir los sonidos de mi pulso. Cuando la inmovilidad de estar  casi completamente dentro de mi mente me engarrota el cuerpo hago un par de posturas de yoga en el piso. Ansiaba esta tranquilidad. La frontera rinde, vence, vacía.

Cada semana me dejo clavar agujas en las manos, los brazos, los pies, las rodillas, el cráneo, la frente, las orejas, a veces el pecho. Me quedo inmóvil escuchando una flauta y una fuente con un cojín de semillas sobre los ojos. No duermo. Solo sigo instrucciones:

1. acariciar los pensamientos y dejarlos ir.
2. pensar que mi cadera tiene raíces fuertes y frondosas que entran en la tierra y toman su fuerza.
3. respirar hacia el vientre.
4. disfrutar del descanso con la carne atravesada hasta los tendones, inmóvil, serena.



jueves, 20 de agosto de 2015

La doctora clavó la aguja en mi seno, era una mujer diestra, mayor, güera y cachetoncita, simpática. Amelia, la enfermera era de Jalisco, vivió en Tijuana y ahora estaba acá en la alta California. Cuando Amelia vio que la jeringa entraba en mi carne me dijo:
–squeeze my hand, squeeze it as hard as you want.
Apreté insegura, su mano se sentía áspera, casi con escamas. No me di cuenta hasta un rato después que lo que tocaba no era piel, sino un guante estéril de algún material distinto al látex.

Frente a mí la pantalla proyectaba imágenes ultrasónicas del interior de mi seno. Vi la punta de la aguja aproximarse al objetivo: una pequeña cosa pequeña, una masa, según los médicos, un algo anónimo con una forma que no era redonda ni cuadrada ni amorfa, al recordarla, pienso en esquinas redondeadas, como las de una television antigua. La aguja atravesó a la pequeña cosa pequeña, que opuso resistencia pero al final cedió. La anestesia inundaba mi seno: un tubo y luego otro, con algún vasoconstrictor para evitar una hemorragia.

Cuando la aguja salió no pude evitar la curiosidad y quise ver (aunque de antemano sé que los médicos siempre ocultan los instrumentos de la mirada del paciente). Nunca había visto una aguja tan larga y fina, medía lo suficiente para atravesar mi seno completo de lado a lado, eso me asustó, pero ya estaba fuera. Dije un vago: "wow, that's a long needle." a lo que la doctora respondió de buen humor: "wait 'till you see the next one." Me reí un poco aterrorizada; ningún folleto, ningún google search me había preparado para lo que me estaba pasando, toda la literatura de divulgación decía que se trataba de una cosa muy simple, rápida, sin mayor problema y yo, como siempre, creí, como creo casi todo lo que leo.

La siguiente aguja no era una aguja, era una cánula, un instrumento de succión, una aspiradora con un tubo de punta afilada. Lo que siguió es borroso y confuso: el calor de la cánula atravesándome el seno, yo sin aliento, el diálogo entrecortado entre las tres:

–Tell me if any of this hurts
–I feel…           warmth…         me arde ¿Amelia, cómo se dice que me arde?
–Does it burn? It must be that the anestesia is still spreading…     squeeze my hand, squeeze it as hard as you want.

Mis ojos entre el techo, la pantalla y el interior de mis párpados. Un sonido de succión y licuadora, como cuando un niño se empeña en absorber con el popote la última gota de un juguito de caja.

Extrajeron tres muestras. Amelia le preguntó si no haría la cuarta, pero la doctora dijo algo de mi vascularidad y de los riesgos de hemorragia y luego algo como: "I don't want to be greedy", luego tomó una pepita de metal minúscula, mas pequeña de una lenteja y a través de la cánula la disparó dentro de mi pecho para marcar el lugar de la biopsia, sin embargo, el metal se alojó en algún lugar de mi carne que lo hizo desaparecer de la pantalla y hubo que disparar una segunda para asegurar la marca.

Cuando la doctora se despidió Amelia aplastaba mi pecho con una palma sobre la otra. Yo temblaba, tenía la garganta reseca, respiraba hondo frente a la pantalla pensando, como otras veces, en ese espectáculo de mí para mí.

El procedimiento siguió su curso; hubo muestra de la herida, curación, un par de mamogramas, vendaje de torso, bolsa de hielo, indicaciones y ándele mijita, váyase a su casa a quedarse quieta un par de días.

Al salir noté la música y las decoraciones artificiales del vestíbulo que remedaban el imaginario de un spa. Me molestó la ridiculez del nombre de la sala de espera: "Bamboo Room". Todo me parecía absurdo: el engomado de una mariposa monarca en el suelo que servía como ruta para las pacientes de mamografía, los empleados del valet parking, vestidos de negro en la puerta y las pacientes que dejaban sus llaves a cambio de un boleto, como si llegaran de vacaciones a un hotel de lujo.

jueves, 12 de febrero de 2015

No hace falta averiguar la fecha de nacimiento de Badiou para saber que es capricornio.

miércoles, 4 de febrero de 2015

"En las repúblicas fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería"

(dice don Jorge Luis en El Aleph)

miércoles, 28 de enero de 2015

Hace doce años escribía desde una PC escondida entre un biombo y la pared de un walk-in humidor. Supongo que hacía frío. En aquel tiempo intentaba rescatarme del esquema que estaba marcado para las mujeres de mi generación en mi pueblo. No quería ser "eso".

Una de las cosas que más recuerdo es el miedo, un miedo irracional (¿habrá miedos racionales?) al porvenir, a la incertidumbre del futuro (claro, soy capricornia: todo tiene que estar muy bien anticipado, controladito, planeado, con su causita y su efectito a la vista).

Ha pasado mucho tiempo.  Aquí está toda la prueba de que no entendía nada.

Creía en la legalidad, en el amparo de vivir en sociedad. Pensaba que había fórmulas como: trabajo+esfuerzo+dedicación=recompensa.

No sé, pero la propaganda surtió efecto: la vida es esto, el destino es estotro, el amor va por estelado, la familia se acomoda así, los amigos van acá y se definen así. Cuesta mucho meter la mano en el espejismo y tantear con cautela. Hay quien no lo resiste.

Ahora bostezo y me estiro con un poco de risa cuando descubro que hay gente que sigue muriendo de amor. Las obsesiones, los desvelos, los llantos, las confesiones me crean una distancia infinita. Pienso en los pequeños infiernitos familiares, los pueblerinos, los de la colonia y entiendo con gran compasión que es muy difícil salir de ellos, especialmente cuando son heredados y una tiene que cargarlos porque así es y no puede ser de otro modo.

Aunque sea con muchos años de por medio, se siente bien saber que siempre hay que llevar liviana la maleta.

Me impresiona, eso sí, ver lo jóvenes que somos, ver que esta ilusión tiene apenas poco más de un siglo y que la propaganda masiva no tiene ni treinta años.

Y ahora, con un chingo de vida transcurrida desde aquel rincón entre el biombo y el humidor, estoy completamente en otro norte. A la distancia veo mi pequeña isla peninsular en el desierto partido con láminas de guerra recicladas y veo que no hay solución y está bien. Nunca la hubo, el problema era la solidez del espejismo.





domingo, 18 de enero de 2015

Desperté y la mesa estaba llena de piedras, un rebozo morado con surrapitas, una vela roja, una blanca. Hay un recuerdo nebuloso de manzanas y nieve de vainilla, risas de ventanas abiertas.

En la sala una montaña de barajas sobre la mesita al lado de la gitana que dormía en el sofá. El dolor que me atravesaba la cabeza era delgadito como el cable de una bocina pequeña. Volví a la cama pensando que son 27 y 27 siempre van a ser.

(buscaré ramen o una sopa thai a falta de la magnánima birria del cuñado)

jueves, 1 de enero de 2015